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Balas Perdidas (4)

Publicado: 2011-11-08

Versos de memoria

Enrique Sánchez Hernani acaba de publicar su última entrega poética, 'Quise decir adiós. In memoriam Constantino Carvallo', un homenaje-diálogo en verso con el educador tempranamente fallecido. Sánchez Hernani ha pretendido construir un libro en el que la memoria, la emoción y las referencias culturales y mediáticas se conjuguen para desarrollar un discurso directo, cálido, intimista y moderno donde asentar sus obsesiones; algo parecido a 'Vinilo' (2006), su entrega anterior.

Luego de 'Altagracia' (1989), su mejor libro, ESH ha dado a la luz una serie de poemarios labrados a partir de un lenguaje funcional, convencional y sumamente sencillo, haciendo uso de un aliento confesional que no se diferencia demasiado del que ya habían trajinado veinte años atrás los poetas del sesenta y setenta. 'Pena capital' (1995) y 'Música para ciegos' (2001) son, por ello, conjuntos previsibles, demasiado seguros en su retórica de eficacia comprobada, casi las crónicas de un poeta mal adaptado a los tiempos que corrían. 'Vinilo' fue recibido por algunos reseñadores como el regreso de ESH después de una década insatisfactoria. Ciertamente este libro es bastante mejor que los anteriores, aunque su propuesta, entablar una serie de vasos comunicantes entre su pasado personal y su pasión por el rock and roll, no resultaba del todo lograda por cierta tendencia a poetizar el lugar común y a versificar algunos textos que más que poemas eran anécdotas de juventud y adolescencia.

'Quise decir adiós' tampoco escapa de estos problemas. Uno tiene la impresión de haber leído ya esas mismas estampas, recuerdos, referencias y tonos en la obra de ESH, como si su espacio poético estuviera clara y severamente delimitado y solo dispusiera de un escueto número de elementos para poder maniobrar: sus relaciones familares, las estrellas de rock y del cine, la lejana adolescencia. Entre estos tópicos inamovibles de vez en cuando aparece la figura de Carvallo, que muchas veces no es más que un pretexto para sacar a relucir los temas de siempre: “Dime Constantino: ¿Cómo está John Lennon? / ¿Sigue tan delgado o a compuesto nuevas / canciones? ¿Extraña a Yoko Ono / o hubiese preferido hacer las paces con McCartney? / ¿Hendrix sigue tomando barbitúricos? /¿Es cierto que Marilyn Monroe continúa tan bella / como cuando se le ocurrió la maldita idea / de tragarse un frasco con todas aquellas pastillas?” Este fragmento podría haber aparecido en 'Banda del sur', libro de 1985, o incluso en 'Violencia del sol', de 1980, sin ningún problema ni discordancia. A estas alturas parece lícito preguntarse cuál es el sentido de la obra de ESH, cuál es su dirección o su objetivo. Como depósito de remembranzas, como homenaje a la música de los años de aprendizaje o como expresión de su cotidianeidad ha sido ya usufructuada hasta el agotamiento. Por eso no resulta atrevido afirmar que desde los ochenta hasta hoy resulta difícil hallar en sus poemas la más mínima evolución formal o temática; incluso es posible decir que desde 'Altagracia' su poesía ha sufrido una involución.

'Quise decir adiós' es el legítimo tributo de un amigo a un compañero que abruptamente se marchó para siempre, una prueba de persistencia en el oficio, pero sobre todo es la confirmación –una más- de la obsolescencia de ciertas corrientes de la poesía conversacional. Y que persistir en ellas, sin ningún interés en revitalizarlas, es persistir en el error. (José Carlos Yrigoyen)

Saltos poéticos

Símbolo arguediano por excelencia, el danzak es recuperado por John Martínez (Lima, 1981) para montar un aproximación en verso a la danza de tijeras. A pesar de la voluntad telúrica, no hay antropología en ‘El Elegido’ (Katatay, 2011): Martínez es un autor de vocación lírica preocupado por hallar ese rastro de poesía que el quechua deja en el castellano cuando se ejecuta bien. La aproximación es correcta; cada idioma tiene una sensibilidad y Martínez se vale de ambos (“no importa tu lengua/ importa tu saliva”) para montar un poemario de estructura casi secuencial, en el que el lector/espectador “visiona” la coreografía mágico-religiosa de los hijos del diablo. Buena parte de la clave del libro consiste en hacerse de esa sensibilidad, de esa mirada: “solo el Elegido ve”, se nos recuerda, confirmando un verso previo: “la noche tiene demasiada luz para mis ojos humanos”. El poemario, es cierto, no es ambicioso. Para ello hubiera sido necesario situar al “yo” como protagonista de la danza (o disolverlo en ella) y no como respetuoso asistente de la misma. Esta humildad reverencial, sin embargo, posee un pequeño encanto: poder recrear, desde distancias variables, esa sacralidad panteísta tan propia del mundo andino en la que arte y religión aparecen confundidos para evocar, en sus palabras, “lo fértil de la verdad invocada por el baile”. En contra, podríamos señalar algunas limitaciones: cierto entusiasmo publicitario que debería contenerse para no estropear algunos poemas (“Ayacucho// tierra joven corazón antiguo”); algunas erratas que hubieran podido ser evitadas con un mínimo esfuerzo (“circulo” por “círculo”, lo que no corrige Word); y el ya mencionado "descripcionismo", que lo aleja del fructífero vanguardismo andino (piénsese en Churata) en pos de una estética con menos riesgo, en sus valles, simplemente convencional.

Con el perdón del parafraseo, no es un gran paso para la humanidad (como lo fue ‘La agonía de Rasu Ñuti’), pero sí un enorme salto para Martínez. Hay un aquí un poeta en busca de un lenguaje y tenemos pistas de que lo puede hallar. (Jerónimo Pimentel)


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