Trinchera Twitter
Las barras bravas digitales y la supra conciencia moral en redes sociales
Cuando alguien le diga que internet “le da voz a todos” o que en las redes sociales “todos tenemos voz”, piense en los cánticos de la Trinchera Norte. Es decir, piense en un número reducido y más o menos homogéneo de personas que se atribuyen la representación de un todo numeroso e indeterminado (“la U” o “los hinchas del fútbol peruano”). Un grupo de fanáticos que, en efecto, gritan porque tienen una voz. Pero que dicen casi siempre lo mismo, y cantan una y otra vez las mismas canciones. Ahora, imagine a un disidente. Un seguidor de Alianza Lima que, evidentemente, piensa distinto, y que decide un buen día acercarse a la tribuna norte para polemizar.
Lo que sucede a continuación es lo que se lee en Twitter un día cualquiera. La dinámica es conocida por todos sus usuarios, tanto por agresores como por agredidos. Se le ha llamado Twitter bullying e Ilave 2.0, y es lo que le acaba de suceder a Aldo Miyashiro. El conductor de Enemigos Públicos es uno más dentro de una lista de víctimas apanadas, difamadas y vejadas en manos de esta Fuenteovejuna digital. Una larga lista que casi me incluye, gracias a un conato de callejón oscuro en respuesta a un post sobre las miserias del periodismo ciudadano. La dinámica es sencilla. Primero, te crean un hashtag. Luego, la sabiduría de la turba te incluye en la lista de trending topics, junto con el Loco David, el Cholo Payet y Momón. Porque a los agresores también les cae, y para algunos eso es la democracia.
A la larga, todo disenso en el Twitter termina en ostracismo, aislamiento o autocensura. Solo persisten en sus gritos quienes han hecho de la confrontación verbal, el insulto y el escándalo su medio de subsistencia. Pero hasta ellos, en ciertos momentos de lucidez, reconocen que algo anda mal.
Lo interesante es ver la composición del tribunal del pueblo. Como los hooligans, los usuarios de Twitter son generalmente miembros de los sectores más privilegiados. En el escenario más optimista, son palomillas de Windows que pertenecen a ese tercio de la población que tiene acceso a internet, se mantiene relativamente bien informado y utiliza con frecuencia las redes sociales. Pero no todos los integrantes de esta élite letrada tienen el poder para dirigir un ajusticiamiento popular.
Aunque los gurús repiten con insistencia que internet representa una revolución horizontal, las redes sociales están plagadas de jerarquías. Twitter es un caso extremo porque ha logrado convocar a una gran cantidad de formadores de opinión. Políticos, periodistas y lobistas –o todo a la vez- clasificados según su cantidad y calidad de followers.
Sobrevive el más ruidoso y, por supuesto, el que mejor se adapta a la línea ideológica dominante. Una línea que algunos han calificado de caviar. ¿Por qué? Quizás porque lo caviar apunta a una élite culposa, y Twitter se ha convertido en una especie de supra conciencia moral que exacerba el exhibicionismo y el rasgamiento de vestiduras para la tribuna. Ya pasaron los tiempos del panóptico. A través de las redes, una élite se encarga de vigilarse, sancionarse y controlarse socialmente en nombre de la información libre y la democracia digital.
Carlos Cabanillas